miércoles, 24 de noviembre de 2010

Desayuno en Glotons

Ese buen dia lleguè de mañana, bastante temprano, antes de las 7am para ser exactos. Bueno, temprano para ser domingo, pero en este caso no sólo era domingo. Era domingo de elecciones municipales. Yo era suplente de miembro de mesa. Esperè a las siete y veintinueve a eme para aparecerme en el recinto. Como quien no quiere la cosa entré al salòn en donde estaba asignado, esperando encontrarme con la mesa de votaciones armada y con todos los titulares presentes, listos a desearme un buen domingo tras despedirme pues no sería necesario que me quedara ya, dado que yo sòlo era suplente y ellos, los responsables titulares, se encontraban todos ya presentes. Sin embargo entré en el salón y al estar a punto de poner el segundo pie sobre el piso del mismo noté en seguida que de las tres mesas del lugar solo una se encontraba aùn sin preparar y con un patita titubeante al lado que le decía a alguién con cara de supervisor "no sè... no ha llegado ninguno, ni nadie. Habrà que poner a la señora de la cola". Mirè al papel que habìa sobre la mesa con el numero de mi grupo de votaciòn. Por supuesto... era mi mesa. Fue en ese preciso instante que me envolviò el silencio pirmero y luego el sonido de voces lejanas. Me vino a la mente entonces aquella famosa frase pronunciada por la más dulce y benevolente rubia de 8 o 9 años que me decia esta vez a mi... Run Forrest... Run. Y mientras me alejaba aùn podìa escuchar su dulce voz a lo lejos gritándome Ruuun Foooorreest!! Ruuun!! Ruuun Joooseee!! Ruuuuuuuunnn!!!

Acto seguido dí media vuelta y olvidè a Forrest. No pensè en él cruzando el campo a zancada limpia. Pero de pronto sentí que todos los que me observaban desde los balcones y los salones aledaños eran nazis uniformados y armados en un campo de concentraciòn y segùn mi actitud, mi ademàn al caminar, notarìan o no mi presencia, mi intenciòn de huir... y de hacerlo, de seguro serìa mi fin. Caminè lento hacia la puerta y vi que por ella no dejaban salir a la gente, solo entrar. Para salir debìa ir a otra puerta màs lejana y cruzar de nuevo todo el patio del colegio designado para las votaciones. Senti como que yo era uno que salìa de un banco en el que recièn habìa cometido un atraco junto con otros avezados secuaces. Yo era el primero o el segundo en salir a la calle con parte del botìn en un pesado maletìn del modelo utilizado en Night Heat (al calor de la noche), antes de que Al Pacino, detective de narcòticos de la NYPD (New York Police Department) se mandara contra mi a balazo limpio con mùltiples ràfagas de metralla. Ni hablar. Yo era su admirador pero tendrìa que matar al tipo sin chistar, asi se tratase del mismisimo padrino. En fin el buen Al aùn no llegaba y quizàs no tendrìa que cruzàrmelo si apuraba el paso. Nadie parecia notarme de momento. De seguro lo estarìa haciendo bien. Aunque me parecia imposible que nadie me notara. Con esta pinta.  Llevaba lentes oscuros, un AKM inmenso bajo el brazo escondido entre mi cuerpo y un abrigo (aunque el cañòn sobresalia por debajo de mi saco) y una actitud oculta en una mueca rìgida, gracias a la cual los transeúntes parecìan no terminar de notar que yo era un avezado delincuente y un potencial asesino del que deberìan huir despavoridos, y en cambio sòlo me bajaban la mirada y seguìan caminando, sin notar el cañòn que me llegaba hasta la altura de la rodilla derecha.
Cuando estuve a punto de pasar la puerta vi a dos guardias y me imaginè luchando con ellos en el ùltimo metro antes de conseguir mi libertad. Temì recibir el balazo en la espalda que recibiò Michael Douglas en Shining Through (Destellos en la oscuridad) cuando llevaba en brazos a su futura esposa desmayada Melanie Griffith mientras trataba de cruzar la linea fronteriza con nada màs que decisiòn, una bala que le acababa de atravezar el pulmòn, otra en la rodilla, y la certeza de que vivo o casi muerto sacarìa a la mujer que amaba de ese lugar y no morirìa hasta dejarla en un lugar seguro, asi le metieran todas las balas que quisieran, siempre y cuando estas no le alcanzaran el cerebro pues en ese caso ya no podrìa ver el resplandor y tendrìa que quedarse en cambio en la oscuridad. Nada sucediò. Salí. El cielo se despejó.

Caminé una cuadra y me encontré contigo que habìas llegado para acompañarme. Juntos nos fuimos a tomar desayuno en Glotons. En realidad habrìa querido anotar "desayuno en Tiffany's", no sè por què. Recordè a Capote y luego al buen John Annibal Smith, mejor dicho, a George Peppard. Sin embargo no lo hice. Nuestra aventura fue suficientemente còmica y no hacia falta citar aquella otra comedia cuyo argumento no tenìa nada que ver con la nuestra. Habìa sido solo uno de esos momentos de chifladura creativa que me daban, inauditos, ilògicos, inùtiles.

Yo ordenè jugo de naranja y tostadas. Tu sonreiste frente a tu esposo pròfugo y desertor y la mañana soleada se nos ofreciò hermosa y dulce, sòlo para los dos.

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