lunes, 24 de noviembre de 2008

Conocì a Picasso


Conocí a Picasso en un libro de imágenes de mi padre. Sus trazos geométricos y arbitrarios se asemejaban a las concepciones mentales de las esquinas y ángulos de las paredes y escaleras de la casa de mi familia, mezcladas con la palpitante imagen mental de las imperfecciones fabulosas del paisaje vislumbrado en mis innumerables sueños diurnos. Cuando caminaba vestido en pijamas los domingos por la mañana, enfundado en mis pocos años, iba pensando, a lo largo de los corredores múltiples que el mundo me anteponía, en mi vida de solitario pensante inmaduro. Yo creía ser sociable por dentro y temeroso por fuera cuando el mundo soleado de la gente tocaba la lluvia adorablemente melancólica de mi interior. Buscando un camino seco de dia mi voz interior cuidábase de no mojar la vida del prójimo con mis garúas existenciales.


Conocí a Van Gogh en los libros de pintura de casa. Los descubrí a corta edad. Los trazos eran maravillosos, tristes, vivos y moribundos a la vez. El alemán de las leyendas, a los inofensivos zehn jahre alt, era inescrutable para mi. ¿Por qué amó a alguien que lo dejó morir? ¿Por qué se cortó la oreja si sin ella seguía sufriendo? Los girasoles, las barcas de pescadores en la arena, la iglesia azul que copié en una cartulina para que mi padre supiera que no sabía lo que era la tristeza pero que en realidad la sentía amigable. El hombre vendado en el rostro, la silla, los caballos y pinturas de historias desconocidas que me llevaría cinco años apenas sospechar.


El dia que supe de los nibelungos; el dia que me hablaron del inca Atahualpa y los conquistadores, el primer dia que alguien mencionó al Tribiranus; el dia que terminé de escuchar acerca del problema entre Aquiles y Héctor y aquél otro cuando me dijeron que en Perú en navidad no cae nieve... ese dia... mi padre permanecía a mi lado mirandome en silencio con una mirada que duraba ya, asi de cálida y profunda, desde que lo conoci.

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