domingo, 13 de noviembre de 2011

corintios trece

Si hablo las lenguas de los hombres, y aun las de los ángeles,
pero no tengo amor,
no soy más que un metal que resuena
o un platillo que retiñe.

Y si tengo el don de profecía,
y entiendo los designios secretos de Dios,
y sé todas las cosas;
y si tengo la fe necesaria para mover montañas,
pero no tengo amor,
no soy nada.

Y si reparto entre los pobres cuanto poseo,
y aun si entrego mi cuerpo para tener de qué enorgullecerme,
pero no tengo amor,
de nada me sirve.

Tener amor es saber soportar, ser bondadoso;
es no tener envidia,
no ser presumido, orgulloso,
grosero o egoísta;
es no enojarse ni guardar rencor;
es no alegrarse de las injusticias,
sino de la verdad.

Tener amor es sufrirlo todo,
creerlo todo,
soportarlo todo.

El amor nunca dejará de ser.

Un día cesarán las profecías,
y no se hablará más en lenguas ni será necesaria la ciencia.
Porque la ciencia y la profecía son imperfectas
y tocarán a su fin cuando venga lo que es perfecto.

Cuando yo era niño,
hablaba,
pensaba y razonaba como un niño;
pero al hacerme hombre dejé atrás lo que era propio de un niño.

Ahora vemos de manera borrosa,
como en un espejo;
pero un día lo veremos todo como es en realidad.

Mi conocimiento es ahora imperfecto,
pero un día lo conoceré todo
del mismo modo que Dios me conoce a mí.

Hay tres cosas que permanecen:
la fe,
la esperanza
y el amor
pero la más importante
es el amor.

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