domingo, 15 de marzo de 2009

Explosión de una Supernova: Relato del asesinato de mi belleza y el ocaso del Sol





Sucedió el domingo 15 de marzo del 2009 a las siete de la noche, en el balcón del hostal Pico Alto, en Punta Hermosa. Acababa de hablar por teléfono con mi padre. Le dije que estaba por salir de regreso a Lima. Me puse a empacar y al poco rato recibí otra llamada. Era sobre el Sol. Vi su nombre en la pantalla del teléfono celular. Antes de escuchar sus palabras tuve un presentimiento. Me pareció sentir que de inmediato había empezado a correr yo un grave riesgo debido a algún tipo de peligro mortal, pero su voz era suave y dulce, como siempre, aunque con un resquicio de temor disfrazado de tranquilidad. Hablamos acerca de ciertos temas irrelevantes, dos o tres - no recuerdo - mientras, poco a poco, mi sentimentalismo me traicionó y olvidé por completo todo tipo racional de precaución y cuidado. Mi razón se distrajo debido a mi profundo amor por el Sol y fue asi que, finalmente, salí de la habitación del hostal directamente a la intemperie del mirador del segundo piso, que tenía vista al parque, y me expuse.
Debido a la mala señal del celular salí al balcón para tratar de captar mejor las palabras de quien tenía cautivo al Sol. Aquella persona que durante tanto tiempo había sido elegantemente frìa y protocolarmente amable, cada vez màs desde aquel dia en que habíale arrebatado a mis dias la estrella más brillante. Desde entonces me había quedado yo viviendo en medio de una noche de Sol que, al parecer no llegaría a terminar nunca. Digo noche de Sol porque no habían dias ya desde aquel dia. Todo el tiempo era de noche. Todos los días eran una misma noche. Y en esa noche yo sobrevivía debido a mi voluntad de recuperar al Sol. La única luz que había estaba dentro mio, pero no brillaba fuera de mi, solo existía dentro mio como un calor proveniente de un fuego que era parte del mismo Sol y que era lo único que no era oscuro en mi y en el mundo que yo habitaba. Utilizaba lo que el Sol me había dejado dentro del pecho, antes de ser raptado, para asì poder evadir a la muerte, mientras trataba incansablemente de liberarlo de su cautiverio, para abrazarlo por siempre y que esa noche terminase por fin, dándole paso a la luz olvidada. Pero esa noche de Sol ya llevaba varios "meses" de duración. Mi guardia estaba desanimada y extenuada; estaba baja. Sabía que el sol estaba encerrado en una caja de huesos y carnes duras, pero no sabía cómo sacarlo. Seguro había sido torturado tanto física como psicológicamente. No sabía si aún seguía con vida o si al poco o mucho tiempo de haber sido secuestrado había sido muerto o no por su carcelera. Pero yo debía seguir intentando rescatarlo; se lo debía. El Sol había hecho lo mismo por mi dos o tres años antes. Me había rescatado finalmente de mi mismo después de buscarme e intentarlo por años sin éxito. Por eso sucedió todo. Por eso perdí todo. Por eso fue que llegó esa hora esperada que temía, en la cual todo saldría mal y, por darlo todo de mi por el Sol, yo moriría en un descuido. Y si yo moría el Sol también moriría, encerrado en esa caja de huesos y carnes duras donde lo tenían sin pan ni agua, sin ventana, sin mi compañía, sin manera de brillar fuera de las paredes esbeltas y frias de su prisión.
Asi fue. Salí al balcón. Me apoyé sobre el murito blanco con techo falso de paja, sobre el cual se encontraba echada Lucky, una pequeña perra blanca con manchas marrones que vivía en el hostal y que se echaba sobre la paja del techo falso de ese murito para asi ver el parque desde el segundo piso mientras pasaba la tarde y, en ese caso, la noche joven de los demás. Le acariciaba yo la cabeza. Le rascaba el pelaje detrás de la oreja mientras hablaba por el telefóno celular. Pasó un surfista brasilero bajando la escalera. Me saludó y habló brevemente en portugués y yo le respondí también brevemente.- "Oi. Boa noite. Tudo bom?". "Tudo bem",- me dijo al irse mientras yo borraba mi hemisonrisa. Yo le daba la espalda al parque, a Lima, a la francotiradora. No era su culpa quizás, le pagaban para hacerlo, o quizás simplemente se lo encargaban. Ni siquiera sabía quién era yo mientras me miraba la espalda desde Lima en su mira telescópica con visión nocturna. No importaba la distancia de kilómetros que se interponía entre ella en Lima y yo en Punta Hermosa. No importaba que ella estuviera a nivel del suelo de donde estaba y que yo estuviera en un segundo piso, en un balcón a 53 kms. No importaban los edificios, cerros ni lomas, ni tampoco las personas buenas o malas que había entre su gatillo y mi corazón, al medio de mi espalda. De pronto lo supe. Lo temí y lo supe. Volteé hacia Lima y recordé el libro "Crónica de una muerte anunciada". A la vez recordé que por la mañana había recordado que la secuestradora me había dicho, menos de un mes antes, "Me vas a decir no? ¿Tu no serías tan malo conmigo no? Me vas a avisar antes de que todo esté consumado no? No cuando ya todo haya pasado no? No serías tan malo... ¿No?" En otra oportunidad me había dicho que si ella veía venir una bala hacia mi pecho ella sin dudarlo se pondría entre mi pecho y la bala. Que preferiría dar su vida por mi antes de que algo me dañara. Pero yo sabía que, aunque eso fuera parcialmente verdad, no sería posible que lo hiciera, ya que la única bala capaz de matarme vendría justamente de ella. Y una vez disparada una bala asi no puede detenerse el impacto. Quizás si ella hubiera estado a mi lado lo hubiera hecho. Supongo que si porque ella casi siempre hacía lo que yo hacía, y por tanto hubiera hecho por mi casi todo lo que yo sí sé, a ciencia cierta, que haría o hubiera hecho por ella, de habérseme dado la oportunidad. O quizás hubiera podido empujarme y tirarnos al suelo a ambos, salvándonos así a los dos. No habría habido necesidad de que ninguno muriera. Podríamos haber vivido juntos como siempre quisimos.
La bala fue acercándose. La había temido por largo tiempo pero no tuve miedo. No había más tiempo. No había ya para qué seguir. Si esa bala llegaba significaba que el Sol, mi Sol, hacía tiempo que había muerto, y yo no había podido rescatarlo como le prometí. ¿Habrá muerto tranquilo? ¿Llorando? ¿Durmiendo? ¿Soñándome que llegaba al fin a su lado? Lo había dado todo por él y finalmente perdí. La vida no es justa. Pero yo si soy una persona justa. Y lo justo era que si lo dejé morir yo debería dejarme morir también, sin importar que eso no fuera lo que el Sol hubiera querido para mi antes de morir. En todo caso sabía que ya nunca más vería al Sol de nuevo. Nadie lo vería. Estaba muerto. La noche de Sol definitivamente no iba a terminar nunca. Miré en dirección a lima. Aún no se veía nada. No se oía nada. Faltaba poco. Aún detecté por última vez la ternura en su voz hablándome a través del audífono de mi celular... fué un instante. Entonces sucedió, a los pocos segundos, como esperaba... un impacto certero. Sé que cuando me disparó desde allá ella me vió, cuando yo volteé, en el vacío, a los ojos. Y yo la vi en el vacío a los ojos. No sonreí. No titubeé. Recibí el plomo en el pecho y mi sentimiento dejó de existir de inmediato, a la vez que los pedazos del mediastino espiritual mezclados con sangre y astillas de hueso asimilaban el metal, el plomo, el vacío eterno, la frialdad y la muerte. A partir de entonces ya nada importó. Mi cuerpo se mantuvo en pie. Mi belleza interior se derramó por todos lados llevada por la sangre que salpicó un poco a la pared del balcón, al piso y, lamentablemente, a Lucky también. Recordé al personaje del príncipe Vlad Tepes Dracul, míticamente muerto en vida por amor, abandonado por Dios y, en la realidad, injustamente recordado por la historia. Recordé la imagen de él en una película en la que muere en los brazos de su amada, muerto por ella, querido por ella, abandonado por ella, mientras se desangraba y finalmente era feliz por unos instantes finales antes de morir, al ver al mismo tiempo a su amada y al Sol olvidado, que tanto tiempo le fue negado y tanto tiempo le hizo falta. Los rayos del Sol besaban su rostro y él sonreía feliz, liberado de la oscuridad eterna, mientras los labios de su amor le besaban la boca ensangrentada y se llevaban su último aliento. De pronto ya no pude pensar con claridad, ni recordar nada.. no pude ya pensar en nada. Empecé a tener visión borrosa y me asaltó una agitación espiritual indescriptible. Así era la muerte. Yo ya me iba. Luego no sentí nada. Alea jacta est. Corté la comunicación del teléfono celular. Ya estaba muerto.
EPILOGO
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