domingo, 25 de octubre de 2009

Whiskey

Bebí un sorbo del whiskey J.W. black label que acababan de traerme. Juan caminante - pensé. Lo sirvieron elegantemente, con parsimonia. Primero el mozo había cometido la equivocación de suponer que lo quería con hielo y por tanto me lo había servido así, en las rocas. Estaba distraido en mi lectura y no me percatè de ello al aproximarse el mozo. Pero al colocarlo sobre la mesa lo mirè y noté el detalle. Lo llamé de inmediato, puesto que ya se iba, y le dije que tendría que disculparme pero no se me había preguntado si yo deseaba el licor con hielo; ergo se sobrentendía que sólo quería whiskey, sin hielo.
- Enseguida se lo cambio señor - me había respondido presuroso. Se llevó el vaso y su escasa parafernalia para poco después aparecerse nuevamente con la esperada bandeja, portando un vaso con whiskey dorado, a temperatura ambiente, con las transparentes paredes del vaso limpias, secas por fuera y por dentro hasta el nivel del líquido, debajo del cual la densidad del alcohol, además de otros atributos químicos, haría imposible seguramente poder mirar "bajo el agua", si uno estuviera debajo de la superficie alcohólica, como buceando en un mar dorado y sin olas, cálido y silencioso.
Bebí entonces ya un sorbo de whiskey. Pensé. Me asaltó un silencio más profundo que el habitual. Bebí un segundo sorbo. Escuché un silencio ajeno al pasar una muchacha pensativa, enfrascada en su mundo interior, el que adivinaba interesante. Me distrajo sólo un segundo; apenas lo suficiente como para darme cuenta de que me distraía; luego la olvidé. Observé la calle. La noche había llegado a mi lado y sin embargo parecía que era a todo el mundo a quien había llegado, a quien cubría. Y si. Lo sé. Cubría a todo el mundo. Pero solo yo parecía detenerme en el hecho de que me tocaba la noche, tanto en mi interior como en la piel, distraída noche, desde la calle como llegaba, desde el cielo, desde el silencio ajeno y mundano. La noche no debería sobrentenderse con tal simpleza.
Noté las luces encendidas de los postes. Pensé que si no estuvieran encendidas no las notaría por supuesto. Pero quizás las luces no estaban en los focos de los postes recientemente encendidos, sino sólo en el aire. Tras la magia eléctrica no podía ser que la luz fuera sólo eso. Yo miraba luces tal cual las hubiera pintado Vincent. Hablo de Van Gogh. Hablo del silencio, del mar y de las luces en la noche, en la niebla, en mi interior. Esas luces en los postes brillaban amarillas, casi de un color melón a la vez; mejor dicho.
Al cabo de un instante sentí la lengua calentarse, al igual que la garganta, al percibir esa sensación a madera agrietada, antes húmeda, secada al sol, en viejos bodegones imaginarios. ¿En qué parte de un alambique habría madera? ¿La habría? ¿En contacto con el licor? ¿Y lo habría besado hasta embeberse él de ella? El alcohol me habla sin palabras. Me susurra desde el interior...
Sentí los labios calentarse, sobretodo el inferior. Habían recibido el calor del líquido al surcar las grietas de su superficie. Tomé conciencia de la existencia de la línea que discurre sagitalmente por la mitad del labio inferior. Percibí cada una de las grietas más delgadas que se marcaban aledañas por la sensación del hilo de alcohol que se deslizó sobre ellas. No las veía. Las sentía. Tuve la impresión de estar observando un sillón de fino cuero oscuro, poco antes de pasar a sentarme en él mentalmente, y quedar así, a continuación, en silencio, mientras la oscuridad lo envolvía todo y yo me quedaba encerrado dentro de mi interior, observando desde mi guarida el último resquicio de luz al irse desvaneciendo. Quedandome sólo, pensando.

2 comentarios:

Aioria90 Germán Cappio dijo...

Pero por qué no compartes hombre! Saludos

CCB dijo...

Toto está muy bonito, muy tuyo, detallado pero no exagerado, hay algunas cosas claro que no entiendo, pero creo que podrías escribir más, no cualquier persona puede escribir cosas como tú lo haces toto. Te quiero mucho!!!