martes, 2 de diciembre de 2008

Amnesia

El patético despertar del sueño casi eterno en el que me había hundido años atrás fue tanto o más deprimente que la última señal de vida que emití, cuando quise desaparecer y morir. Como el gemido de una mujer en el último segundo del clímax más estrepitoso de sus orgasmos, mi mente emitió una repentina y alocada señal de luz desesperada a mi cuerpo, ordenándole moverse y despertar.
Como en la sinfonía número nueve mis tardos movimientos y mi aparente paciencia para integrarme al mundo de los vivos en unos pocos segundos no podían ser menos misteriosos ni apropiados. Un aura de suspenso me servía aún de protección mientras mis párpados se abrían, permitiendo el ingreso de la ya olvidada luz a mis descansados nervios ópticos. Aún desnudo, como cuando apenas empezaba mi largo sueño, mi cuerpo ya no era el mismo que antes tuve. Bastante delgado y con los cabellos muy crecidos, el color de la piel era de un pálido verdoso, que podía ser un efecto del juego de luces que entraban por la rendija. Emocionado por sentirme despierto me incorporé y tembloroso pude avanzar unos pocos pasos. Los músculos desacostumbrados al movimiento y al esfuerzo me vibraban meintras con una mezcla de asombro y timidez y quizás algo de miedo me dirigía hacia el rayo de luz que me llamaba. Al tocar ese tentáculo de luminosidad sentí la vida ingresar en mi, a traves de mis dedos, pasando por mi mano y el brazo, hacia el resto de mi. Era tan agradable volver a sentir el calor del mundo en mi ser. Supe entonces lo que ocurría, era el renacer, el despertar aguardado, la neopercepción.
En ese mismo instante fui arrojado de las frias tinieblas y con la velolcidad de un repentino estornudo me encontré de pronto sobre la faz de la tierra, mirando al Sol.

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