martes, 2 de diciembre de 2008

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Apenas prendí el cigarro empecé a escribir, pensando en qué historia contar esta vez, a la vez que la tinta recorría la dura hoja amarillenta. El humo dibujaba esas figuras extrañas frente a mi, como siempre. La diferencia esta vez era que no tenía pensado escribir nada y por tanto la tinta ganaba a mi inspiración. Desesperado buscaba en los más recónditos parajes parajes de mi memoria algún recuerdo, alguna anécdota. Evoqué antiguas conversaciones e imaginé situaciones diversas, ficticias, reales. Angustiado por no hallar nada y porque la imaginación se resistía a ayudarme empecé a temerme lo peor. Me percaté entonces del cigarro en el cenicero. Estaba consumido casi por completo. Hoy no hay nada que contar - pensé - no hay historia que perder. Me retorcí y decidí que, esa noche, no escribiría nada.
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Cerebro: cerrado por mantenimiento.
Corazón: salí a almorzar.
Alma: de vacaciones por razones técnicas.
Espíritu: vuelvo en seguida.

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