miércoles, 31 de diciembre de 2008

una belleza secreta que te saca el hematocrito


Mi querida Yuyú, en mi vida siempre he sido muy patero y a la vez sociópata. He logrado fungir de superfluo cuando en el fondo sólo soy profundo y sentimental. Y se han dado oportunidades en que mi excesiva e inoportuna profundidad me ha hecho renegar por mi falta de superficialidad. Tengo una innegable cuota de racionalidad y lógica en mi modus pensandi pero nunca he logrado desligar el ser apasionado que habita en mí y que se puede pasar horas mirando la yema blanquecina de una hojita de césped, con su virginal doblez invitando a cualquier sentimental a acariciarlo o delinearlo con la punta de los dedos. A la vez convive en mí un sujeto ruidoso, estruendoso, impaciente y muchas veces acusado de vanidoso (muchas de esas veces de seguro con toda razón; ya sabes, la vanidad es el más viejo talón de Aquiles del ser humano y la principal arma del famoso diablo, anatema de Cristo, el ideal del hombre). Yo tengo un abanico de fortalezas y debilidades como todos, y otro tanto de peculiaridades personales que no he logrado aún categorizar como buenas o malas. Entre éstas últimas reside una inevitable tendencia mía, invariablemente adictiva, que consiste en la perpetua búsqueda de lo que yo llamo, en un sentido muy propio y personal, "la belleza". Yo soy un devoto perseguidor de ella. Advierto en mí la inevitable condición de buscador desahuciado de la belleza, y soy el que soy en el fondo, el verdadero yo, gracias a esta diaria necesidad mía de abocarme a surcar los caminos de mis días dando saltos desesperados, de un punto a otro, en los cuales encuentro esta belleza referida, la cual me es tan necesaria para, literalmente, poder respirar. Yo he oído hablar de cazadores de caracoles, de caminantes de la playa del amor, de habitantes de buhardillas ocultas e incluso yo mismo he experimentado los apasionantes devenires de mis épocas de domador de miradas, de catador de labios, de descifrador de códigos encriptados en lágrimas sangradas y en sonrisas ofrecidas por aquél que se hace con la bendición de enamorarnos el alma. He procurado leer entre líneas las calles y nunca dejar de atender a los que me hablan en las madrugadas cerca del suspiro metafísico. Como contraparte también he sido experto en hablar y hablar hasta el punto de parecer desvariar y confundir a mis interlocutores o a quien sufra o se deleite (sí; hay algunos) con mi ir y venir, mientras hablo perdiéndome entre las ramas y el follaje de las palabras que me raptan. ¡Mira! Justamente es eso lo que me está ocurriendo ahora mismo. ¿Me encanta hablar? ¿Aunque sea cualquier huevada? Yo creo que no. Pero sé que corro el riesgo de que lo parezca. Alguna vez mi eternamente amada Liz me dijo que yo escribía cartas demasiado largas. Lo sé. Sólo lo hago cuando siento que quiero a quien se las escribo, quizás sin considerar que generalmente a casi nadie (a mi tampoco) le resulta inmediatamente interesante leer un texto extenso. Pero soy desconsiderado y escribo no solo para ti, sino también para que las mismas palabras que escribo puedan vivir una existencia física, impregnadas en un manto blanco, en lugar de sufrir la condena de nunca ser rescatadas del limbo del silencio y la invisibilidad. Bueno. Tanto preámbulo. Sólo quiero decirte que cuando me sentí en confianza suficiente, como para atreverme a aburrirte con la confesión de mi obsesión por "la belleza", fue para tener argumento con el cual brevemente explicarte que para mi dicha belleza no consiste en la estética de una anatomía humana meramente, ni en la genialidad de una obra o acto artístico per sé, mucho menos en la antología social de selectos cánones de belleza por los cuales suele señalarse que algo es "bonito" o "bello". Para mí "la belleza" es un pájaro al vuelo desafiando al infinito, es una bebita negra amada por unos padres adoptivos rubios o viceversa, es un hombre muriendo por un ideal, es una mujer universal llamada madre, es un beso desprendido del silencio de un amor recién nacido cerca de un precipicio sentimental, es una infinita sabana de arena en el desierto, son las connotaciones de algunas frases que pueden constar de tres o cuatro palabras y sin embargo encerrar una mística de vida, una verdad universal, son una palma femenina y una masculina unidas, empapándose con el llanto de un cielo desconsolado, es la presencia de Dios en las piedras de los ríos y la adoración del hombre por Él, frecuentemente esbozada en la música barroca... Judith... son muchas cosas más, como éstas, y ya no quiero extenuarte con mi interminable capacidad de citar más y más ejemplos... Pues bien. Simplemente cosas así, situaciones así, sucesos y fuerzas delicadas que acaecen secretamente en las piezas cotidianas de un dia cualquiera, son lo que yo busco para poder respirar con los pulmones del alma y así no ahogarme en la metálica sonoridad de lo superfluo y mundano, de lo fatuo y lo material, de lo intrascendente y lo perecible, de lo que brilla con un radio de alcance finito y que siempre se circunscribe sólo a lo que los sentidos de la visión y el tacto pueden corroborar por medio de su limitada mecánica fisiológica de percepción. ¿Puedes creer que todo esto cuanto he escrito sólo sirve, en este caso, específicamente para cumplir con el propósito de darte un último ejemplo de lo que también es un perfecto modo de definir lo que "la belleza" connota? Pues bien; es así. Un magnífico ejemplo más es el que yo he visto en sencillos actos de amistad provenientes de personas especiales que he conocido en la vida. La belleza está dentro de un amigo que te da la mano cuando uno no quiere que nadie toque su mano. La belleza está dentro del silencio de una amiga o amigo que te escucha y quizás te aconseja, quizás acierta o quizás se equivoca, o quizás se queda en silencio nada más, pero que definitivamente te dedica su anhelo de que todo cuanto te preocupa o consterna desaparezca... y si no desaparece... al diablo...él o ella está ahí a tu lado y no se va, aunque su cuerpo quizás tenga que marcharse, pues deja su amistad y preocupación dentro tuyo, acompañándote. Yo creo que me merezco, o bien un Óscar, por ser increíblemente hábil para decir cosas sencillas de la manera más complicada posible, o bien un lapo, por ser denodadamente dado a preferir una extensa exposición de determinada idea, en lugar de optar por una sencilla frase que resuma lo que bien puedo decir brevemente si me tranquilizo un poco a la hora de disparar palabras. En todo caso vale decir que lo anteriormente expuesto quizás pueda servirte para conocer un poco más del modus pensandi de tu buen amigo “yo”, el conocido desconocido; pero yo en realidad solo quería decirte que tu eres una gran amiga para mí porque contienes muchas de esas ocultas acepciones de "la belleza", una de las principales, tu bondad y tu calidad amical, ya sin mencionar obviamente que portas un corazón que, por una u otra razón, me ha hecho evocar más de una vez el título de una parábola cuyo contenido no recuerdo, pero que llega a mi pensamiento desde tu voz, aunque hables o no hables, haciéndome advertir en el aire la frase invisible "el buen samaritano". Mil gracias por tu amistad, tu cariño, tu confianza, y sobre todo, por tu belleza secreta.

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