miércoles, 14 de enero de 2009

Pedro y el general

"Me apesta tu cara"- dijo el general ante la mirada atónita del pobre brigadier. Luego prendió un habano y se acercó a la ventana. "Estos indios de mierda han nacido para matarlos..." - masculló. "Si uno se vuelve un poco concesivo pierden el respeto por la autoridad. Se olvidan que en este pueblo de mierda soy yo el que da las órdenes".
Pedro seguía escuchando en silencio, desde la esquina alejada y segura de la habitación, mientras el general vociferaba más pestes contra los hombres y mujeres que trabajaban en los campos de trigo. Recordó a su madre. Ella se había quedado esa mañana frente al portón de madera quemada, viéndolo irse por el camino de los sauces con dirección al cuartel. De pronto notó que se había quedado perdido en aquellos pensamientos y que ahora el general se encontraba volteado hacia él, con una mirada penetrante en los ojos negros y malhumorados, esperando de él la respuesta a la pregunta que no había logrado escuchar. Pasaban los segundos como pesados bloques de hierro caliente, arrastrados por el suelo terroso de su inquietud creciente.
"¿Y bien?" - preguntó el hombre uniformado con irritada impaciencia, quedándose nuevamente en silencio, esperando. Pedro respondió temerosamente, sin saber lo que hablaba, - "Si mi general... es como usted dice...", y permaneció angustiado entre los muros de su inseguridad, mientras el general se sentaba en el gran sillón marrón oscuro de su despacho, detrás del escritorio inmenso, delante de la ventana inmaculadamente transparente, limpiada por otro Pedro temprano esa mañana.

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